Ahora todo era distinto…
Andrey seguía mirándola incluso después de que Luna volviera a quedarse dormida, con el mismo deseo salvaje de hace minutos, pero también con una adoración que le era nueva, casi desconcertante.
Había algo en ella que le había devuelto algo que creía perdido… o quizá le había dado algo que jamás tuvo. Esa era la realidad, y aunque había pasado solo unos momentos, se estaba obsesionando con ese hecho.
Sin embargo, ¿por qué ahora? ¿Qué cambió para que de pronto su maldición no la toque?
El mundo a su alrededor, en cambio, parecía deslizarse con una ligereza que rozaba lo irreal: los colores se intensificaban, los sonidos se distorsionaban y el aire parecía llevar un rumor apenas perceptible, como si la realidad murmurara un secreto solo para él.
Se alzó de la cama —desnudo, impecable— y, por primera vez en siglos, no registró ni la más mínima vibración de peligro. El silencio no era opresivo; era, sencillamente, silencio, sin amenaza y sin fisuras.
El cielo segu