Las calles de Cardiff estaban tranquilas, iluminadas por faroles que dibujaban sombras suaves sobre el pavimento.

Isabelle caminaba junto a Noah, aún con los tacones puestos, el vestido rojo brillando bajo la luz nocturna.

—Perdón por sacarte de la cena —dijo ella, con voz baja.

Noah la miró de reojo.

—No pasa nada.

De todas formas, tendré más reuniones con los ejecutivos de Caerwyn.

No me perdí de nada que no pueda recuperar.

Isabelle sonrió, agradecida por la respuesta.

El viento sopló con más fuerza.

Noah se quitó el saco y lo colocó sobre los hombros de Isabelle con naturalidad.

—Gracias —murmuró ella.

—No tienes que agradecer —respondió él—.

Siempre lo haré, aunque no lo pidas.

Caminaron unos metros más en silencio.

—Deberíamos ir a un hotel —dijo Noah, sin mirar directamente.

Isabelle lo miró de reojo.

—¿Entonces hablabas en serio cuando dijiste que no volveríamos a casa?

—Podría pedir un auto —dijo Noah—.

Pero si regresamos a la mansión, sería como perde