Isabelle se incorporó lentamente del suelo. Su mejilla ardía, pero lo que más dolía era el silencio que había dejado el golpe.
Celeste la miraba con los ojos abiertos de par en par, paralizada por el horror.
Jonathan dio un paso al frente, con la voz firme y sin rastro de emoción.
—La única manera de evitar que ellos sigan golpeándose —dijo— es que firmes el acuerdo, Isabelle.
Ella lo miró con dolor. Luego giró hacia Noah, que la observaba con los brazos cruzados, la mandíbula tensa.
Después miró a James.
Y en ese instante, el pasado la golpeó con fuerza.
Recordó los veranos en la casa del lago.
Las risas compartidas, las noches sin preocupaciones.
Cuando no existían legados, ni contratos, ni traiciones.
Solo eran ellos tres.
Solo eran niños.
Isabelle bajó la mirada hacia el documento sobre la mesa.
Lo tomó entre sus dedos temblorosos.
—Lo firmaré —dijo, con la voz apenas audible.
James dio un paso hacia ella. Su voz fue un susurro cargado de sig