James se dejó caer en el asiento del auto, cerrando la puerta con un golpe seco. El silencio lo envolvió como una manta pesada. Metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sacó el encendedor que Isabelle le había regalado en su cumpleaños.
Era elegante, discreto.
En uno de sus costados, el grabado aún brillaba bajo la luz tenue:
**“Si no fuera prohibido.”**
James lo sostuvo unos segundos entre los dedos, como si el metal pudiera calmar el fuego que llevaba dentro.
Encendió el cigarro.
Inhaló.
Y luego golpeó el marco del auto con el puño, como si el dolor físico pudiera competir con el otro.
Se pasó una mano por el cabello, salió del auto y se sentó sobre el capó, mirando al suelo mientras el humo se elevaba lento, como sus pensamientos.
A unos metros, Noah y Celeste lo observaban en silencio.
—Deberías hablar con él —dijo Celeste, sin apartar la vista de James.
Noah negó con la cabeza, con una sonrisa amarga.
—Ni en broma me dirigiría la palabra.
Celeste