Noah salió del hospital con pasos pesados, como si cada uno le costara más que el anterior. Se sentó en los escalones, apoyó los codos en las rodillas y se quedó mirando al suelo. El aire fresco no le aliviaba. Solo lo hacía sentir más solo.
Beatrice lo alcanzó poco después. Se detuvo a unos pasos, observándolo en silencio antes de hablar.
—Noah…
—No quiero escuchar más regaños —dijo él, sin mirarla.
—Pues los vas a escuchar —respondió Beatrice, firme pero sin dureza—. Aunque no quieras. Aunque te duela.
Noah cerró los ojos.
—Lo siento —murmuró—. Pero no podía con la idea de que Isabelle… mi esposa… fuera a tener un hijo de James. De mi hermano.
Beatrice se sentó a su lado, sin invadir su espacio.
—Lo entiendo. De verdad lo entiendo. Pero había otras formas, Noah. Si no podías cuidar de ese bebé… si no podías con esa realidad… podías haberlo dejado en manos de James. Él lo habría criado. Él habría asumido esa responsabilidad.
Noah apretó los puños.
—No pensé en nad