La luz de la mañana se filtraba por los ventanales del hotel en Chianti, dorando las copas vacías y los restos de una noche que había sido más que celebración. Isabelle despertó con el cuerpo aún envuelto en el eco de los fuegos artificiales, y el recuerdo de una nota que no dejaba de repetirse en su mente: *“Donde estés, pertenezco.”*
En el comedor privado del hotel, el desayuno se servía con discreción. Croissants tibios, café fuerte, frutas frescas y silencio compartido. James se sentó junto a Isabelle, con una camisa blanca remangada y el cabello aún húmedo por la ducha.
—Tenemos que volver a Riva del Sole —dijo, mientras servía café en su taza—. El jet nos espera. Shadowwing sale en unas horas. Beatrice quiere que estemos en York esta noche.
Isabelle asintió, sin sorpresa.
Camille y Lucie, sentadas frente a ellos, intercambiaron miradas.
—Entonces es momento de despedirse —dijo Lucie, con una sonrisa suave.
—Pero no de olvidarse —añadió Camille, abrazando a Isabelle