El almuerzo frente al mar era perfecto. La mesa de madera rústica, los manteles blancos, las copas de vino frío. Pero nada en ellos era tranquilo.
James e Isabelle se sentaron uno frente al otro. Él aún con el traje de surf, pero la parte de arriba caía sobre sus muslos y dejaba al descubierto su torso perfectamente marcado, el cabello húmedo cayendo sobre la frente. Ella, con el bikini negro y una salida de baño que no ocultaba nada esencial.
Se miraban.
Demasiado.
Cada vez que sus ojos se encontraban, algo se encendía. No era solo deseo. Era memoria. Era todo lo que no habían dicho.
Noah lo notó.
Celeste también.
Y entonces, Noah habló.
—La pasamos bien anoche, ¿no, Isa?
El silencio fue inmediato.
James apretó la mandíbula, pero no dijo nada.
Celeste se levantó de golpe.
—¿Saben qué? Disfruten su almuerzo. Yo no tengo hambre.
Se alejó con pasos firmes, dejando tras de sí el aroma de su perfume y el eco de su rabia.
Noah la siguió sin pensarlo.
Jame