Camino a Belvedere Hill
El auto avanzaba por las colinas de York, dejando atrás la ciudad y sus luces como si fueran parte de otra vida.
El silencio entre ellos no era incómodo. Era denso. Medido. Lleno de lo que no se decía… todavía.
James conducía con una mano en el volante, la otra descansando sobre la palanca de cambios. De vez en cuando, sus ojos se deslizaban hacia ella.
Isabelle estaba recostada ligeramente hacia la ventana, los labios entreabiertos, los dedos jugando con el broche de su abrigo, como si aún decidiera si debía cerrarlo… o dejarlo caer.
—Siempre olvido lo lejos que queda tu mansión —dijo ella, mirando hacia los árboles que se abrían al final del camino, como si supieran a dónde iban.
—Belvedere tiene la distancia justa para pensar dos veces si uno quiere llegar.
—O para no pensar en absoluto.
Ella giró el rostro.
Él la estaba mirando.
Ese tipo de mirada que pesa más que cualquier palabra.
—¿Y tú… pensaste dos veces esta noche? —preguntó Jame