La fiesta seguía su curso. Luces reflejadas, risas que no sabían lo que ocultaban. Entre copas y música tenue, James estaba recargado contra una de las columnas de mármol, con el vaso en la mano. El quinto. Tal vez sexto. Ya no lo contaba.
Fue justo cuando Isabelle pasó, que los caminos se cruzaron otra vez.
James la miró con esa quietud que lo volvía peligroso.
—No merecías eso —dijo, sin elevar la voz.
Isabelle se detuvo, giró con calma.
—Entonces lo sabías.
James bajó la mirada al líquido ambarino.
—No lo sabía. Pero… ya lo intuía. Verlos juntos era como leer un libro que no querías volver a abrir.
Isabelle apretó la mandíbula.
—¿Y nosotros? ¿Solo tenemos permitido cruzar algunas palabras, mientras ellos pueden esconderse bajo cortinas?
James suspiró, dio otro trago.
—Porque a nosotros... nos miran. Nos miden.
Si tú y yo tocamos algo... hacen ruido.
Ellos pueden quemarse sin que nadie los nombre.
Isabelle dio un paso más cerca.
—Has estado bebiendo m