Isabelle llegó al último piso de Janix con paso firme, aunque por dentro todo se sentía menos seguro. La secretaria de James la reconoció de inmediato.
—Señorita Hartley —dijo con una sonrisa cordial—. El señor Moore está en una junta. Pero si es urgente, puedo avisarle.
Isabelle negó con suavidad.
—No es urgente. Puedo esperar.
Estaba a punto de sentarse en uno de los sillones de recepción cuando la secretaria se levantó.
—Si prefiere, puede esperarlo en su oficina. Está vacía.
Isabelle dudó un segundo, luego asintió.
—Gracias.
Entró a la oficina de James. El espacio estaba impecable, silencioso, con ese aroma tenue a madera y café que siempre lo acompañaba. Se sentó en su silla, la del escritorio, y dejó que el cuerpo se relajara. La cabeza ligeramente recargada hacia atrás, las piernas estiradas sobre el escritorio, revelando su figura con naturalidad. Se colocó los lentes de James, los que usaba para protegerse de las pantallas. No tenían aumento, pero le daban una