El salón Montclair estaba decorado con luces suaves, guirnaldas de papel dorado y arreglos florales que parecían salidos de un cuento. La música infantil se mezclaba con el murmullo de los invitados que iban llegando poco a poco, entre sonrisas y abrazos.
Leah llevaba el vestido verde esmeralda que James le había regalado, con un peinado impecable que Lucie había ayudado a perfeccionar. Caminaba con la gracia de quien sabe que ese día es suyo. Alex, por su parte, lucía su traje gris con un pañuelo del mismo tono que el vestido de su hermana. No llevaba corbata, como James le había prometido. Y eso, para él, era libertad.
Cuando los pequeños amigos de Bergen llegaron, Leah y Alex se quedaron congelados por un segundo. Luego corrieron hacia ellos con los ojos brillantes.
—¡Vinieron! —exclamó Leah, abrazando a su mejor amiga.
—¡No lo puedo creer! —dijo Alex, tomando del brazo a su compañero de aventuras.
Cada uno llevó a sus respectivos amigos a recorrer el salón, mostrando los