El rincón del jardín estaba más oscuro de lo habitual. Las luces del salón apenas alcanzaban a iluminar los bordes del seto, y el suelo, húmedo y mal nivelado, parecía hundirse con cada paso.
Miranda, desde una distancia segura, observaba a través de una cámara conectada a su teléfono. El plan era simple: atraer a Leah y Alex con las luces tenues, hacerlos caminar sobre el terreno inestable y provocar una caída que los dejara vulnerables. Luego, sus hombres los tomarían y desaparecerían antes de que alguien notara su ausencia.
Pero algo cambió.
Isabelle y Noah aparecieron antes de tiempo, alertados por el movimiento de los niños. Miranda frunció el ceño. El momento se había perdido.
—Abortar —susurró al micrófono—. No hay margen. Retírense.
Pero antes de que sus hombres pudieran reaccionar, dos figuras desconocidas se movieron entre los árboles. No eran parte del equipo de Miranda. No llevaban los auriculares, ni respondían a sus órdenes. Ella los observó, confundida, mientr