La tarde en la mansión era tranquila, con el sol filtrándose por los ventanales y el aire cargado de una calma nueva. Isabelle estaba en la sala, hojeando unos documentos, mientras Alex jugaba en la alfombra con sus autos de colección.
El timbre sonó. Lucie fue a abrir, y segundos después, Noah cruzó el umbral.
—Está aquí —anunció Lucie con una sonrisa suave.
Alex levantó la vista, y al ver a Noah, corrió hacia él sin pensarlo.
—¡Noah!
Noah se agachó justo a tiempo para recibir el abrazo. Lo envolvió con fuerza, como si el niño fuera un ancla que lo traía de vuelta.
—Hola, campeón. Te extrañé.
—Yo también —dijo Alex, sin soltarlo.
Isabelle se levantó, caminó hacia ellos. Noah se incorporó, y al verla, se detuvo por un segundo. Luego se acercó y la abrazó. Esta vez, más largo. Más hondo.
—Perdóname por no haber estado en el funeral —murmuró.
Isabelle apoyó la cabeza en su hombro.
—No tienes que disculparte. Lo entiendo. De verdad.
Se separaron con lentitud. Noah