A la mañana siguiente, Isabelle se encerró en el estudio. El sol apenas tocaba las cortinas cuando marcó el número de Vivianne.
—¿Isabelle? —respondió su madre, con voz cansada.
—Mamá… quiero ir a ver a papá.
Vivianne no dudó ni un segundo.
—Sí, claro que sí. Me encargaré de que te dejen volver a York. No te preocupes por nada.
—Gracias —susurró Isabelle.
Hubo un silencio breve, quebrado por un sollozo al otro lado de la línea.
—Isabelle… tu padre está muy mal. No sabes cuánto me duele verlo así.
Isabelle cerró los ojos, conteniendo la emoción.
—Lo sé, mamá. Lo sé. Pero pronto estaré allá. Te veré en unas horas, ¿sí?
Vivianne asintió, aunque Isabelle solo pudo sentirlo en el silencio que siguió.
—Sí… te espero.
La llamada terminó. Isabelle se quedó unos segundos mirando el teléfono, como si aún pudiera escuchar la voz de su madre.
Más tarde, reunió a Camille, Lucie y Adrien en la sala.
—Volvemos a York esta noche —dijo con firmeza.
Camille se tensó.
—¿Y