El día siguiente amaneció con un sol suave, el tipo de luz que parecía hecho para posar sobre vestidos blancos. En el atelier de *Maison Lioré*, entre estantes de seda, encaje y cristales bordados a mano, Isabelle entró acompañada de Camille y Lucie, el corazón agitado y la sonrisa medida.
Los muros blancos rebotaban el eco de sus risas. Las diseñadoras giraban entre bocetos y alfileres mientras Isabelle comenzaba a probarse vestidos. Finalmente salió del vestidor con uno que acalló la conversación de la sala.
Era una pieza de corte sirena, escote en corazón, con capas de tul que caían como niebla por sus piernas. La espalda descubierta estaba enmarcada por un delicado bordado floral, y una hilera de diminutos botones de perla se perdía en la curva de su cintura.
—Si no fuera porque te veo —susurró Camille con los ojos vidriosos— juraría que estás hecha para ese vestido.
Lucie asintió.
—Parece que lo tejieron con tus suspiros.
Isabelle se miró al espejo, sin saber si admir