El día se presentaba con elegancia silenciosa. Tras la visita a la tienda de trajes, Noah decidió que era el momento perfecto para elegir los anillos de boda, aprovechando que estaban todos juntos. Así, condujo la Lincoln Nautilus hacia una joyería reconocida, con Isabelle a su lado, y James en el asiento de copiloto. Detrás, Camille y Lucie comentaban en voz baja sobre las vitrinas que seguramente las deslumbrarían.
Durante el trayecto, Noah hablaba de fechas, colores y mesas de invitados. James guardaba silencio. A través del retrovisor, no pudo evitar observar a Isabelle. Ella, sin evitarlo, levantó la vista. Su mirada fue breve, como una página leída mil veces. A ella, ese reflejo le dejó más preguntas que certezas. A él, un latido reprimido.
La tienda resplandecía en tonos cálidos. Estantes de madera clara, vitrinas de cristal reluciente, luces suspendidas que convertían cada joya en una promesa brillante. James se encontraba en una esquina del salón, con la postura relajada