El amanecer en Bergen era pálido, casi tímido. La luz gris se filtraba por las cortinas de la habitación de Isabelle, que despertó con una pesadez extraña en el cuerpo. El cansancio se aferraba a sus músculos como si no hubiera dormido en días. Se sentó en la cama, con la cabeza ligeramente inclinada, sintiendo un mareo sutil que no quiso atender.
Se vistió con calma, recogió el cabello en un moño bajo y bajó al comedor, donde Camille y Lucie ya estaban sentadas. El aroma a salmón ahumado y café fuerte llenaba el aire, envolviéndola como una nube espesa. Apenas cruzó el umbral, el olor le revolvió el estómago con violencia.
Isabelle intentó disimular, respirando por la boca, pero Vivianne lo notó de inmediato.
—¿Estás bien, cariño? —preguntó, con tono suave.
Isabelle forzó una sonrisa y se sentó junto a Camille.
—Sí. Solo estoy un poco cansada.
El desayuno transcurrió con normalidad. Camille hablaba sobre un libro que había encontrado en la biblioteca, Lucie comentaba una