Había pasado un mes desde que Isabelle, Camille y Lucie llegaron a Bergen. El frío se había vuelto parte del paisaje, y también de ellas. Al principio, la casa parecía demasiado grande, demasiado silenciosa. Pero pronto aprendieron a moverse entre sus pasillos como si fueran suyos. Salían algunos días, caminaban por el pueblo, tomaban café en la misma terraza donde los locales ya las reconocían. Otros días, simplemente se quedaban dentro, inventando rutinas, compartiendo lecturas, cocinando juntas, riendo por cosas pequeñas.
Vivianne se había integrado con una naturalidad discreta. No imponía, pero estaba presente. A veces se sentaba con ellas en la sala, otras se perdía en llamadas que nunca explicaba. Jonathan aparecía y desaparecía como una sombra elegante, siempre con noticias vagas de sus viajes entre Francia y York.
Pero Isabelle no dejaba de pensar en Noah.
Se preguntaba si estaría bien, si habría entendido su silencio, si habría buscado alguna señal. A veces, mientras se