Isabelle caminaba por el pasillo de Janix con paso rápido, decidida a no mirar atrás. James la alcanzó a los pocos metros, su voz resonando con urgencia contenida.
—¿Fue por eso que besaste a Noah?
Isabelle se detuvo en seco. No giró de inmediato. Solo se quedó quieta, como si el aire se hubiera congelado.
Luego se dio la vuelta despacio, con los ojos fijos en él.
—¿Qué dijiste?
James sostuvo la mirada, sin retroceder.
—Te pregunté si lo besaste por eso. Por lo que viste.
Isabelle lo observó unos segundos. Luego respondió con voz firme, sin temblor.
—No. Lo besé porque quise hacerlo.
James dio un paso más cerca, pero no la tocó.
—Esta bien, pero déjame explicarte.
Isabelle negó con la cabeza, cruzando los brazos como si se protegiera de algo más que el frío.
—No tienes que explicarme nada, James. Porque tú y yo… no somos absolutamente nada. No me debes explicaciones. Y yo no tengo por qué escucharlas.
Las palabras cayeron como piedras. James sintió el golpe e