El restaurante *Élan*, con sus ventanales de piso a techo y su decoración minimalista en tonos marfil y dorado, era el tipo de lugar donde el silencio tenía clase. Los meseros se movían como coreografiados, y el aroma a café tostado flotaba entre las mesas de mármol.
Isabelle llegó junto a Noah, Lucie y Evan. James ya estaba allí, impecable, con una camisa azul claro que resaltaba el brillo de sus ojos. Sonrió al grupo… pero no a ella.
—¿Mesa para cinco? —preguntó el anfitrión.
James asintió sin mirarla.
Se sentaron. Isabelle quedó justo frente a él, con Lucie a su lado. Noah y Evan flanqueaban a James, que parecía perfectamente cómodo. Demasiado cómodo.
—¿Alguien más obsesionado con los croissants de este lugar? —bromeó Evan, hojeando el menú.
—Solo si los sirven con mantequilla de trufa —respondió James, provocando risas.
Isabelle fingió revisar la carta. En realidad, no leía. Escuchaba. Cada palabra que James dirigía a los demás, cada carcajada que no la incluía, era