Jonathan fue el primero en estrecharle la mano a Isabelle.
—Un placer verte tan comprometida, querida hija —dijo, con una sonrisa que parecía más un sello de aprobación que un gesto afectuoso.
Gregory se despidió de su hijo con un apretón breve y, antes de irse, le dio una palmada en el hombro.
—Buen trabajo, James. Esto va a marcar una diferencia.
Ambos padres se alejaron hacia el ascensor dorado, dejando a James e Isabelle solos frente al ventanal.
James rompió el silencio con un tono cargado de ironía:
—Así que… ¿Jonathan Hartley va a dejarte trabajar en este proyecto conmigo?
Isabelle lo miró de reojo, la voz seca:
—Al parecer, sí.
Él arqueó una ceja, midiendo la distancia que ella intentaba imponer.
—Entonces… será interesante.
—O incómodo —replicó ella.
James sonrió de lado, sin responder, y se giró hacia el pasillo.
—Deberíamos irnos.
Caminaron juntos, aunque sin mirarse, hasta el ascensor privado. El silencio se estiraba como una cuerda tensa. Entra