La música seguía flotando en el aire de la terraza cuando James abrió los ojos. La vio desaparecer entre la gente, su vestido perdiéndose entre destellos de luces doradas.
No se movió, pero sus dedos se cerraron con fuerza alrededor de la copa, como si necesitaran un ancla para no ir tras ella. Dio un sorbo al whisky, aunque no le supo a nada.
Sophie habló, buscando arrastrarlo de vuelta a la conversación que había dejado a medias.
—¿Vienes? Todos nos esperan adentro.
—En un momento. —Su tono fue neutro, pero Sophie percibió esa distancia que no tenía que ver con ella.
James apoyó el vaso en la baranda y se quedó mirando al jardín, a los faroles que titilaban como si todo fuera perfecto. Perfecto… menos lo que importaba.
A lo lejos, entre el ir y venir de los invitados, distinguió un destello del cabello castaño de Isabelle, ladeando la cabeza para escuchar algo que Noah le decía. James apretó la mandíbula. No escuchaba sus palabras, pero el gesto de ella —esa manera de in