Kerim sintió que el aire se le escapaba de los pulmones.
—¿Divorcio? —repitió la palabra como si fuera un idioma extranjero.
—Sí. Me iré unos días, necesito alejarme de esta mansión. Y cuando regrese, quiero que tengas todo listo para el divorcio. Papeles, abogados, todo.
Kerim la miró con asombro absoluto. Luego miró a su hijo en los brazos de ella. El pánico se apoderó de él. No era solo el escándalo; era la idea de perderla a ella.
—¡No puedes irte, Zeynep! —exclamó, dando un paso hacia ella.
—¿Por qué no puedo irme? —desafió ella.
Kerim, desesperado, extendió los brazos.
—Dame a mi hijo un momento.
Zeynep dudó, pero se lo entregó. Kerim tomó al bebé, lo apretó contra su pecho como un escudo y se acercó a Zeynep, invadiendo su espacio personal, buscando desesperadamente convencerla.
—Mira... si es por lo de anoche —empezó Kerim, hablando rápido—, te pido que me perdones. Es cierto, me pasé. Fui un imbécil con lo de la bebida y... lo otro. Pero no me puedes dejar ahora, Zeynep.
—¿Po