El comedor de la mansión Seller resplandecía bajo la luz de la mañana, con la platería brillando sobre el mantel de lino blanco. Sin embargo, la atmósfera era tan densa que parecía que el aire se había solidificado.
Zeynep entró en la estancia, intentando componer una expresión de normalidad tras su pelea con Kerim.
—Buenos días —dijo, su voz sonando un poco más aguda de lo habitual.
Baruk, sentado en la cabecera con el periódico en una mano y un café negro en la otra, levantó la vista por encima de sus gafas de lectura.
—Buenos días, hija —respondió con su habitual gravedad. Luego, su mirada se desvió hacia la figura que entraba detrás de ella—. Y tu hermana.
Emma, la hermana de Zeynep, bajaba los últimos escalones con timidez. Se sentía fuera de lugar en aquella mansión llena de tensiones invisibles.
—Aquí estoy. Buenos días —murmuró Emma, alisándose la falda.
Ambas hermanas caminaron hacia la mesa y se sentaron. Emmir, que ya estaba sentado removiendo su café con la mirada perdida,