Zeynep terminó de preparar el biberón con movimientos suaves y precisos. El aroma de la leche tibia llenó la cocina mientras ella comprobaba la temperatura en su muñeca, asegurándose de que estuviera perfecta para el bebé. La mañana era luminosa; los primeros rayos de sol se colaban por las cortinas, dibujando figuras en el suelo de mármol.
En ese momento, una de las empleadas cruzó el umbral de la puerta, cargando en brazos al pequeño, cuyo llanto suave se mezclaba con los sonidos cotidianos de la casa. “Señora, el bebé está llorando porque tiene hambre”, anunció con una sonrisa cálida, acercándose a Zeynep.
Zeynep sonrió con ternura, dejando ver la dulzura en su mirada. Extendió los brazos y recibió al bebé, acunándolo contra su pecho. “Ven aquí, mi pequeño, ven con mamá”, murmuró con voz melodiosa, calmando al niño de inmediato. El calor de su cuerpo y el latido de su corazón parecían reconfortarlo, cesando el llanto casi al instante.
Kerim, que había observado la escena desde la p