El silencio de la noche envolvía la majestuosa casa, apenas interrumpido por el suave tic-tac del reloj en la pared. Zeynep, con el corazón apretado, miraba a su bebé dormido en la cuna. Sus manitas asomaban bajo la manta bordada y su respiración pausada llenaba el cuarto de una paz casi irreal. Zeynep, con un gesto lleno de ternura, acomodó la manta una vez más, asegurándose de que su infante estuviera bien abrigado. Era un ritual que le resultaba tan natural como respirar, pero esa noche era distinta. Por primera vez, su hijo no dormiría a su lado.
La puerta se abrió con suavidad y una de las empleadas entró en puntillas, procurando no hacer ruido.
—Señora, no se preocupe —susurró con una sonrisa amable—. Yo estaré pendiente del bebé toda la noche. Usted puede descansar tranquila.
Zeynep la miró unos segundos, sopesando la situación. La desconfianza natural de una madre primeriza se mezclaba con el agotamiento acumulado de días sin dormir bien.
—Está bien. Pero si cualquier cosa pas