Zeynep se inclinaba una y otra vez sobre Kerim, con el rostro pálido y los ojos llenos de preocupación. Tenía entre sus manos un paño húmedo, que colocaba con cuidado sobre la frente ardiendo de su esposo. El sudor perlaba la piel de él, su respiración era agitada, y cada tanto se quejaba entre sueños, pronunciando palabras que apenas se entendían.
Selim, la madre de Kerim, caminaba de un lado a otro del dormitorio, dando órdenes con voz firme, intentando mantener la compostura mientras el miedo la devoraba por dentro.
—¡Por favor, que alguien prepare un consomé ligero! —ordenó—. Y llamen al médico, de inmediato. Quiero que esté aquí cuanto antes.
Las empleadas se movieron con rapidez por el corredor. El ambiente en la mansión era tenso, pesado, como si una nube oscura se hubiese posado sobre todos.
En un rincón del pasillo, Ariel observaba la escena con los brazos cruzados y expresión de disgusto. La mirada que lanzaba hacia Zeynep era dura, llena de celos y resentimiento.
—¿Quién es