La ciudad yacía sumida en la penumbra, apenas iluminada por el titilar de las farolas y el murmullo lejano de los autos que cruzaban las avenidas. En el interior del departamento, Zeynep se encontraba sentada en el mueble del salón, abrazando sus propios pensamientos. El peso de la noche caía sobre ella, envolviéndola en una atmósfera de soledad y desvelo, donde el amor, el miedo y la desconfianza parecían entrelazarse en su corazón como hilos imposibles de separar.

Miró la puerta por la que Kerim había salido horas atrás, y en su mente resonaban las palabras que él le había dicho antes de marcharse:

—Iré a cenar con mis amigos. Vamos a exponer una presentación de la universidad. Pero, si te molesta quedarte sola…

Zeynep, en ese momento, había respondido con la calma de quien ya está resignada:

—No, claro que no, Kerim. Puedes ir.

Ahora, sin embargo, sentía el peso de esas palabras. Un suspiro le escapó, y se quedó allí, pensativa, mirando la puerta cerrada, deseando, aunque no lo adm