Kerim estaba sentado en la cocina, con una taza de café entre las manos.
El vapor subía lentamente, y el aroma llenaba el apartamento con una calidez engañosa. Afuera, la mañana apenas comenzaba; el sol se filtraba por las cortinas, tiñendo el suelo de tonos dorados.
Zeynep aún dormía en la habitación. Había pasado la noche en vela, pero finalmente el cansancio la venció.
De pronto, se movió inquieta entre las sábanas, murmurando algo en sueños, y sus ojos se abrieron de golpe. Despertó asustada, respirando con dificultad. Miró alrededor, desorientada, hasta que comprendió dónde estaba.
—¿Kerim? —susurró, sin verlo.
Se levantó rápido, se acomodó el cabello y salió de la habitación. Caminó hasta la cocina, donde lo encontró sentado, tomando tranquilamente su café.
Kerim levantó la mirada al oír sus pasos.
—Buenos días —dijo con voz serena.
Zeynep intentó sonreír, aunque todavía tenía el rostro pálido.
—Buenos días, Kerim —respondió, acercándose despacio.
Él le hizo un gesto con la cabe