El reloj de pared marcaba las diez de la mañana cuando Baruk se encontraba en su amplia oficina revisando algunos documentos cruciales.
El despacho estaba lleno de luz, con las cortinas abiertas y el aroma del café recién servido sobre la mesa.
A su lado, su hijo Emir hojeaba unos informes con gesto distraído.
De vez en cuando, Emir levantaba la vista y observaba a su padre.
Había algo diferente en él. Su mirada, normalmente firme y serena, parecía ahora cargada de preocupación.
—¿Sucede algo, papá? —preguntó finalmente, dejando los papeles sobre el escritorio—. Te noto algo extraño desde hace días.
Baruk lo miró en silencio por un momento.
—Hijo… estaba pensando en tu hermano Kerim —dijo con voz grave—. Me preocupa que no se lleve bien con Zeynep.
Emir se acomodó en la silla y sonrió con ligereza.
—Papá, no te preocupes tanto. Esa chica es hermosa, muy elegante. Estoy seguro de que con el tiempo se llevarán bien.
Baruk alzó una ceja, intentando creerle.
Pero Emir continuó hablando, s