—¿Salvarla? —susurra con burla mientras sus ojos, tan parecidos a los míos, brillan con esa crueldad que hiela la sangre—. No puedes salvar a quien no quiere ser salvada.
Sus palabras me atraviesan como cuchillas.
—Tú no sabes nada —escupo con rabia, aunque por dentro... dudo.
¿Y si tenía razón? ¿Y si todo fue una mentira? ¿Y si mamá me protegió de algo... que ella misma causó? No, no puedo dejar que se meta en mi mente. Mamá sería incapaz.
—Sabes que no miento —insiste, con esa sonrisa torcida—. Pero no importa, Electra. Pronto dejarás de luchar. Ya lo estás sintiendo… ¿lo sientes, verdad? Ese calor... ese poder... esa rendición dulce y adictiva. No soy tu enemiga. Soy lo que siempre debiste ser. Soy tú, Electra
Me aferro al suelo, al recuerdo de James, de Hanna, de los chicos... al dolor que me quema por dentro.
El fuego se enrosca en mis venas, quiere expandirse, dominarme.
—¡No! No voy a rendirme. ¡Tú no eres yo! ¡Tú eres solo lo que queda cuando pierdo el control! —grito con to