Los hechiceros oscuros estaban furiosos.
Eso no debía pasar.
El dragón oscuro tenía que estar del lado de Gwyddyon.
Pero no todo estaba perdido.
Una sonrisa torcida se dibujó en los labios de Kaira. Sabía cómo voltear el juego a su favor.
—Kael, ¿sabes que no tienes que cambiar? Gwyddyon te acepta tal y como eres —intentó convencerlo, con voz seductora.
Lo que no sabía es que no solo era Kael.
Era James.
Eran ambos.
Y estaban decididos a terminar con aquella guerra.
—No vengo en ayuda de nadie. Vengo a terminar esta guerra —le respondió con tono gélido. Su voz resonó como una tormenta sin control—. Tú decides si te interpones… o no.
—James, no la escuches, por favor —rogó Electra.
Sus ojos se cruzaron con los de él, y fue como si esa mirada le atravesara el alma.
Era él.
Su destinado.
—Claro —interrumpió el hechicero oscuro, burlón—. Lo único que quieres de él es sellar su poder.
El dragón batió sus alas y una honda mágica lanzó por los aires a ambos hechiceros.
—Perdón. Era una moles