Sus ojos ya no arden… ahora fulguran con celos, con rabia contenida mientras ve a James.
—Él… —su voz vibra, pero ya no con la misma dulzura—. No puede darte lo que yo sí.
—¡No te atrevas! —gruñe James, incorporándose con dificultad. Su voz aún es ronca, puedo sentir tambien su enojo y temo por lo que pueda suceder. Sus ojos —aunque aún turbios— encuentran los míos, y sé que ha visto suficiente para entender.
Kael da un paso, y la tierra se agrieta bajo sus pies descalzos.
—Él no puede protegerte de lo que viene. Solo yo puedo hacerlo. Porque solo yo ardería con tal de que tú no te apagues.
—Entonces no me conoces —le respondo, alzando la barbilla—. Porque no necesito que nadie se queme por mí. El fuego soy yo.
Mi voz resuena más fuerte de lo que imaginaba, como si el propio Fénix dentro de mí respondiera también.
Kael sonríe, pero no es una sonrisa de burla. Es algo peor. Es ternura torcida. Dolor disfrazado.
—Lo sabrás pronto, Electra. Lo que eres… no puede ocultarse por más tiempo.