El sábado por la mañana llegó con la luz clara y la promesa de un día diferente. Jared fue puntual. Cuando Isabel abrió la puerta, él la recibió con un beso fácil y una sonrisa que ya le era tan familiar como el café de la mañana. No hubo drama ni tensión, solo la cómoda alegría de dos personas que están exactamente donde quieren estar.
—¿Lista, agente? —preguntó él.
—Lista para mi día libre, comandante —respondió ella, cerrando la puerta de su casa.
Su primera parada fue en una pequeña cafetería para llevar. Él pidió un café negro y un capuchino sin azúcar sin siquiera tener que preguntar. Ese pequeño gesto, el de conocer su pedido, le provocó a Isabel una oleada de ternura. Ya no eran extraños; estaban construyendo un lenguaje propio, uno que incluía pedidos de café y apodos de espías.
Con los cafés en mano, tomaron la carretera que salía de la ciudad y se dirigía a la costa. El viaje fue una banda sonora de pura felicidad. Jared puso una playlist que era una mezcla ecléctica de pop