De vuelta en la habitación del hotel, el aire estaba cargado de una intimidad salada y soleada. Mientras Jared se duchaba, Isabel abrió su maleta. Había empacado de forma práctica, pero también había incluido un arma secreta. Una declaración.
Cuando salió del baño, envuelto en una toalla, la encontró en el balcón, mirando el patio ahora iluminado por pequeños faroles.
—Voy a ducharme y a prepararme —dijo ella, su voz era una promesa.
Una hora más tarde, Jared la esperaba en el mismo balcón, con dos copas de vino. Estaba espectacular, con su camisa de lino blanca y unos pantalones oscuros. Escuchó el suave sonido de la puerta del baño abriéndose y se giró.
Y se quedó sin palabras.
Isabel no llevaba un vestido. Llevaba un conjunto de dos piezas de seda blanca: unos pantalones anchos y fluidos que se movían con cada paso, y un top minimalista que se ataba al cuello, dejando toda su espalda al descubierto. Era un atuendo de una elegancia audaz, increíblemente sexy y sofisticado.
Él recorri