El sábado por la mañana, cuando Jared la recogió, el ambiente en el coche era diferente. La música sonaba baja, una mezcla de jazz latino que invitaba a la calma, y sus manos se encontraron en la consola central. Él no solo tomó su mano; su pulgar comenzó a dibujar círculos lentos sobre el dorso, un gesto tan íntimo y tan arraigado que a Isabel se le erizó la piel. Ya no necesitaban llenar el silencio con canciones a gritos. Su propio silencio se había convertido en una melodía.
Isabel miró por la ventanilla, viendo la ciudad quedar atrás. Su mente, por un instante, voló a la reunión del lunes en Omnia Corp, a la imagen inevitable de la cara de Alexis al otro lado de una mesa de juntas. Pero no sintió la punzada de pánico que esperaba. En su lugar, una calma resuelta se apoderó de ella. Era un problema del futuro, un asunto de trabajo. Miró a Jared, que conducía con una mano en el volante, la otra sosteniendo la suya, con una pequeña sonrisa en los labios. Y supo que él era su present