El miércoles por la mañana, Isabel intentaba por todos los medios concentrarse. Estaba sentada en su despacho, la pantalla de su portátil llena de datos y proyecciones, pero su mente era un eco de la noche anterior. La furia en el rostro de Eleonora. El peso de la llave al golpear la encimera. Y, sobre todo, la firmeza en la voz de Jared al defenderla. "Solo me importas tú".
Esa frase se había convertido en su nuevo mantra, un escudo contra la duda.
Releía por quinta vez el mismo correo electrónico cuando el timbre de la casa sonó, sacándola de sus pensamientos. Frunció el ceño. No esperaba a nadie.
Abrió la puerta y se encontró con un repartidor que sostenía un ramo de flores tan grande y exuberante que apenas podía verle la cara.
—¿Isabel? —preguntó el joven.
—Soy yo —respondió ella, atónita.
Él le entregó el ramo. Era un torbellino de un amarillo solar y vibrante. Girasoles. Docenas de ellos, altos, orgullosos, con sus caras abiertas mirando hacia ella. Eran sus flores favoritas. Se