La mañana del miércoles, después del tierno intercambio de mensajes sobre los girasoles, Isabel se sentía en la cima del mundo. La conexión con Jared era una corriente cálida y constante bajo la superficie de su día. Estaban planeando verse el jueves por la noche, una cena tranquila para celebrar el ecuador de la semana.
Pero el trabajo, como siempre, tenía otros planes.
A las cuatro de la tarde, una videollamada con su cliente más importante, una marca de cosméticos de lujo, explotó. Un competidor había lanzado una campaña agresiva y viral, y el pánico se había apoderado de la junta directiva de su cliente. Necesitaban una contrapropuesta, una estrategia completa, para el viernes a mediodía. Era una tarea casi imposible que requeriría que todo su equipo trabajara sin descanso.
Isabel, la Jefa, tomó el control. Pasó la siguiente hora en una vorágine de llamadas, correos y reuniones virtuales, organizando a su equipo, delegando, creando. Cuando por fin tuvo un segundo para respirar, vio