El lunes por la mañana, el lobby de la torre Omnia Corp era un hervidero de ejecutivos con prisa y el olor a café caro. Isabel llegó a las diez y cuarenta y cinco, quince minutos antes de la reunión. Su atuendo, un traje de chaqueta color marfil, era su armadura. Se sentía concentrada, lista para la batalla profesional. La personal era otra historia.
Lo vio enseguida. Estaba sentado en una pequeña mesa en la cafetería del lobby, de espaldas a la entrada, exactamente como un hombre que está esperando a alguien. Ya había dos tazas de café sobre la mesa.
Isabel respiró hondo y se acercó.
—Alexis.
Él se giró y se levantó al instante. —Isa. Buenos días.
—Buenos días —respondió ella, su tono era cortés, profesional—. Gracias por el café.
—Por favor —dijo él, haciéndole un gesto para que se sentara—. Gracias a ti por aceptar.
Se sentaron. Isabel miró su reloj de forma deliberada, una señal no verbal de que su tiempo era limitado.
—Como te comenté en el correo —empezó ella, yendo directa al g