El lobby del Hotel W era un santuario de lujo moderno y silencioso. El aire olía a lirios blancos y a dinero, y el único sonido era el murmullo discreto de las conversaciones y el suave tintineo del hielo en los vasos. Isabel llegó a las cuatro en punto, su armadura era un impecable vestido azul marino que gritaba profesionalidad. Se sentía como una generala entrando en territorio enemigo para una negociación de paz.
Lidia ya estaba allí. Estaba sentada en un sofá de terciopelo gris, de espaldas a la entrada, observando la lluvia que empezaba a golpear suavemente los ventanales. Al oír los pasos de Isabel, se giró. Y por un instante, Isabel comprendió por qué Eleonora la consideraba el arma perfecta. Era deslumbrante. Su belleza no era solo física; era una elegancia serena, una inteligencia que brillaba en sus ojos grises. Llevaba unos sencillos pantalones de lino y un jersey de cachemir, pero en ella, parecían alta costura.
Se levantó con una gracia fluida y le dedicó a Isabel una so