El ruido del agua del baño apenas era un eco lejano, opacado por el peso de la presencia que me rodeaba. Todavía con la espalda hacia él, sentía cómo cada fibra de mi cuerpo vibraba, inquieta, desnudada no solo en cuerpo, sino en alma. Atka me había introducido sin mucha fuerza, pero la suficiente para entrar por completo. Las manos de Kieran se convirtieron en garras; sentí cómo su ropa se rompía ante la transformación.
Hasta ahora había visto al lobo de cuatro patas y al humano. Al licántropo jamás; lo mismo sucedía conmigo: o era humana o loba, nunca una mezcla de ambas. Cerré los ojos, intentando controlar la agitación que despertaba lo que me hacía. Sus garras se hundían en mis caderas y, lejos de gritar por el dolor, sentía un gran placer. —Te enseñaré lo que es ser mi loba. ¿Qu