Casa de seguridad – Mañana siguiente
El amanecer filtraba su luz dorada por los amplios ventanales de la casa de seguridad. Greco ya estaba en pie. Con una bandeja en mano, subió los escalones silenciosamente: café recién hecho, croissants, frutas frescas y un ramo de lirios blancos. Abrió la puerta con cuidado.
Arianna estaba despierta, sentada junto a la ventana, envuelta en una bata de lino. Sus ojos reflejaban una mezcla de calma y ansiedad, como si su alma aún no se atreviera a creer en la paz.
—Buenos días —dijo Greco con suavidad.
Ella sonrió al ver los lirios.
—Son mis favoritos —susurró—. ¿Cómo lo supiste?
—Porque te escuché —respondió él, dejándole la bandeja frente a ella—. Y porque anoche, cada palabra tuya se quedó aquí —señaló su pecho.
Comieron en silencio unos minutos. Luego, ella lo miró con una chispa nueva en los ojos.
—¿Me enseñarías la casa?
Greco asintió. El recorrido comenzó por la sala principal: techos altos, candelabros de cristal, columnas de mármol claro. T