Villa Leone – Esa misma noche.
El cielo había caído como un manto azul profundo, tachonado de estrellas que apenas brillaban por encima de las farolas que enmarcaban la fachada de Villa Leone. Greco y Arianna regresaban de la casa de Nonna Vittoria. El silencio entre ambos era cálido, no cómodo, sino lleno de significados callados que les hervían dentro. Al entrar en la casa, Greco tomó una decisión que había postergado durante años.
La mansión estaba perfectamente iluminada. Desde la escalera principal, se escuchaban los pasos del personal que comenzaba a retirarse a sus rutinas nocturnas: cocineros, sirvientas, jardineros, mayordomos. Greco se detuvo en el centro del recibidor y su voz rugió con firmeza:
—Todos, por favor.
El personal se reunió al pie de las escaleras. Algunos se miraban con discreta curiosidad; otros sabían que cuando el patrón hablaba con ese tono, se avecinaba algo serio.
Arianna, de pie junto a él, sujetándose las manos, se sintió temblorosa. Greco le rozó los d