Florencia – Villa Leone – Amanecer gris.
El café humeaba sobre la mesa del invernadero, pero Arianna no lo tocaba. Sus ojos estaban fijos en el ventanal empañado, como si más allá de los cipreses pudiera ver el desenlace de lo que estaba por hacer. El miedo golpeaba con fuerza, pero ya no era la niña de hace meses. Ya no temblaba ante las sombras. Ahora, ella era parte de esa oscuridad… y estaba dispuesta a domarla.
—¿Estás segura de esto? —preguntó Dante, apoyado con los codos sobre la mesa. Su voz era baja, cargada de duda y una
preocupación que apenas podía ocultar.
Arianna desvió la mirada hacia él. Llevaba el cabello recogido en un moño alto, un abrigo grueso sobre los hombros y esa mirada de fuego mudo que solo se encendía cuando algo en ella se rompía… o se decidía.
—No se lo voy a decir a Greco. No todavía —dijo, firme—. Él tiene que estar enfocado, no con la mente dividida por lo que pueda pasarme. Si se entera, irá tras Rubí y Rocco sin un plan. Y eso… lo mataría. No puedo