Aeropuerto Internacional Sheremétievo – Moscú.
El aire gélido de Moscú los recibió con una bofetada helada apenas descendieron del avión privado. El cielo estaba cubierto de nubes blancas como lana sucia, y la nieve comenzaba a acumularse en los bordes de la pista. Arianna bajó los escalones envuelta en un abrigo largo de lana gris perla y una bufanda de cachemira que Greco le había colocado antes de aterrizar.
Greco descendió tras ella, con una mano en su espalda baja como si con ese gesto pudiera protegerla de todo. Vestía un abrigo negro de doble botonadura, guantes de cuero y gafas oscuras que no ocultaban la tensión de su mandíbula.
—Benvenuta, amore mio —le dijo en voz baja, mientras sus ojos recorrían el horizonte blanco—. Moscú es fría, sí… pero también es una nueva oportunidad para ti. Aquí vas a renacer.
Arianna se aferró a su brazo. Su rostro, pese al frío, estaba iluminado por una emoción profunda: ilusión, esperanza… libertad.
Una limusina negra los esperaba al pie de la