POV MARTINA
No hizo falta despedir a todos los invitados para entender que la velada había terminado. Y no, no como lo imaginé. El trayecto en el coche fue un largo silencio, tan espeso que hasta el motor parecía contener el aliento. Santiago conducía con el ceño fruncido, los nudillos blancos sobre el volante. Yo, mirando por la ventana, contaba mentalmente las luces de los semáforos solo para no decir algo de lo que pudiera arrepentirme.
Una parte de mí quería paz. Pero otra… necesitaba gritar.
Cuando llegamos a casa, el silencio se rompió apenas crucé la puerta. Me quité los tacones con rabia y subí las escaleras sin mirar atrás. Santiago me siguió. Lo sentí detrás de mí, respirando hondo, conteniéndose.
En el dormitorio, su voz finalmente me alcanzó.
—¿Vas a guardar silencio toda la noche? —preguntó, bajo pero tenso, como quien ya sabe la respuesta.
Me giré despacio, la rabia y la tristeza mezclándose en mis ojos.
—¿Qué quieres que diga? ¿Gracias por arruinar la apertura de mi clí