POV MARTINA.

Apenas llegamos, sentí cómo mi alma se desenredaba. La ciudad, los titulares, el ruido de las redes… todo se desvaneció como si nunca hubiera existido. Esta casa frente al mar era un refugio hecho a medida: ventanas amplias que respiraban con el viento, luz dorada cayendo sobre la madera clara… y la terraza que daba directo a una playa privada. Olía a sal, a libertad… y al principio de algo nuevo.

Santiago lo había planeado todo sin decirme nada.

Me puse una bata ligera —de esas finas que apenas cubren— mientras dejaba los informes tirados sobre la mesa del comedor. En su lugar, agarré mi cuaderno de bocetos y mis óleos. Hacía meses que no pintaba... pero aquí afuera, con este aire limpio rozando mi piel caliente... necesitaba crear algo verdadero.

Salí a la terraza con intención de capturar el paisaje…

Hasta que lo vi.

Santiago estaba en medio del agua baja, quieto como una estatua viva. Solo llevaba un bañador gris ajustado; las olas le lamían los muslos mientras miraba