C83: La herida ya no amenaza su vida.
Milord apretó con fuerza la muñeca de Azucena, buscando detener la sangre que corría sin control. Sus dedos se clavaban en la piel herida, ejerciendo presión con desesperación, mientras maldecía en voz baja, entre dientes, una y otra vez.
—¡Carajo!… ¡Mierda! —resoplaba como escupiendo las palabras, con la frente perlada de sudor y el corazón golpeando en su pecho como un tambor desbocado.
No encontraba una solución inmediata. Esa impotencia lo devoraba, y la idea de verla morir le resultaba intolerable. No ahora, no de esa manera, no cuando todavía todo lo que había tramado quedaba inconcluso. Era inadmisible que la Loba Roja se apagara entre sus brazos sin que sus planes hubieran llegado a completarse. La sola posibilidad le helaba las entrañas.
Finalmente, las puertas se abrieron de par en par y entraron apresurados el médico real y, tras él, un par de elfos que ofrecían su limitada ayuda. Los sanadores se acercaron con solemnidad, inclinándose sobre el cuerpo de la mujer desvanecida