C37: ¿Podría hacerlo de nuevo?

Askeladd deslizó su mano por la curva de la nalga de Azucena, no con brusquedad, sino con esa calma peligrosa que anticipa algo más. Primero fue un roce lento, como una caricia que parecía medir el terreno y explorar la piel que se tensaba bajo sus dedos. Ese contacto bastó para hacer que Azucena se estremeciera y un escalofrío le recorriera la espalda, obligándola a morderse el labio para contener la reacción. No había dolor todavía, no había castigo, solo el peso de una mano que parecía decidir si mostrarse suave o dura.

Entonces, de pronto, la mano se levantó y cayó con un golpe sobre su glúteo. El sonido resonó en el estudio como un latigazo y Azucena dio un respingo, sorprendida por la fuerza del impacto. El calor se extendió por su piel en el mismo instante, un ardor que no supo si clasificar como desagradable o fascinante.

Askeladd repitió el acto, esta vez con más decisión, aplicando nalgadas con un ritmo que no era cruel, pero tampoco indulgente. Cada golpe hacía que Azucena
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