En ese momento, Azhren apareció en aquel pasillo, aún con la mano firmemente presionada contra el ojo que Azucena le había arañado, y se detuvo en cuanto distinguió la figura imponente de Askeladd. Frente a él, la loba de cabellos desordenados y ropas maltrechas yacía en el suelo, con la frente contra las frías piedras en una postura de súplica, temblando sin poder levantar la mirada.
Azhren no titubeó, sino que enderezó los hombros y empezó a dar su propia versión, como si buscara ganar terreno antes de que la situación se volviera en su contra.
—Oh, Gran Alfa… —comenzó, inclinando levemente la cabeza—. Lamento profundamente que tenga que presenciar semejante escena. Esta esclava me ha deshonrado, se ha atrevido a levantarme la mano, a mí, un Delta de este reino. No quiso obedecerme, no quiso seguir mis órdenes, cuando le di una instrucción clara se rebeló como una fiera. Y mire lo que ha hecho, Gran Alfa, míreme, se ha atrevido a herirme. —Bajó la mano lo suficiente para dejar ver l